Instalación de una placa en honor a los Robledanos asesinados en el verano de 1936. Sábado 30 de Agosto de 2014

 

Acto memorialista celebrado con ocasión de la colocación de la placa en el cementerio de Boadilla en honor a los Robledanos asesinados en el verano de 36 en este municipio.

 

En la tarde del pasado sábado 30 de Agosto de 2014, Isabel Mateos acompañada de varios familiares y amigos, acudió al cementerio de Boadilla (Salamanca) para rendir finalmente homenaje  a su abuelo Esteban, cuyos restos  reposan bajo el pavimento, al lado de la que fuera puerta de entrada del llamado “cementerio civil”, en una fosa común que comparte desde hace 78 años junto a otros tres compañeros.

 

Cuatro hombres asesinados, sin motivo, ni juicio, ni defensa, cuatro familias privadas del luto, del honor, de un lugar donde poder llorar o depositar una flor, condenadas para siempre al olvido y con la incertidumbre del desenlace final, obligadas a vivir con miedo y sometidas a una dictadura donde los verdugos campaban a sus anchas en total impunidad.

 

Esteban Mateos Mateos, había nacido en Robleda y residía en la misma localidad, de donde era concejal cuando el 18 de julio estalló el golpe militar. Era hijo de Francisco Mateos Pascual (tio Pacu Rosu) y de Josefa Mateos Mateos. De profesión labrador, estaba casado con Isabel Lozano Sánchez y tenía  tres hijos de corta edad.

Con motivo de la llamada de los mozos a filas para incorporarse al incipiente ejército sublevado, en Robleda tuvo lugar un altercado el día 10 de agosto de 1936, cuando varios vecinos, sin que llegaran a utilizar la fuerza, intentaron impedir la marcha de los chicos, quienes finalmente se vieron obligados a partir.

 

Esteban sería detenido, ilegalmente, junto a su hermano Tiburcio y otros cinco vecinos del pueblo, por falangistas de Ciudad Rodrigo que se personaron en Robleda el día 13 de agosto de 1936. De estos siete vecinos, cuatro fueron trasladados en un camión desde Robleda en dirección a Salamanca y ejecutados extrajudicialmente en la carretera, a la salida del pueblo de Boadilla.

 

Sus cuerpos sin vida, abandonados a su suerte en una cuneta, fueron hallados por un niño de Boadilla, que contaba entonces ocho años, y trasladados al cementerio, donde se les dio sepultura. En Boadilla, donde desconocieron siempre su identidad, pensaron que se trataría de gente serrana, debido a su indumentaria y a algunas de las pertenencias que pudieron hallar, como una piedra de afilar. Los sucesos quedarían grabados para siempre en la memoria de los mayores.

 

Gracias a los testimonios de los vecinos y a la búsqueda incansable de Isabel ha sido posible reconstruir las últimas horas de vida de Esteban, Tiburcio, Julio y Emilio, quienes por fin han salido del olvido, recuperando sus nombres, su memoria y su dignidad.